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Sunday, March 13, 2022

La Lección de Madre Juliana

 Que lo profundo sea lo que siempre celebremos”. Madre Juliana



Madre Juliana fue mi maestra de cuarto grado en La Inmaculada Concepción, la escuela a la que asistí mientras vivía en Madrid. Tenía veintitantos años, recién ordenada, y todos la amábamos. Era inteligente, divertida, estricta, pero de una manera cariñosa, y me enseñó una lección que nunca olvidaré.


En España, teníamos que ir a la escuela de 9 a 5 con un descanso de 2 horas para almorzar. La mayoría de los niños solían ir a casa a almorzar, pero mis mejores amigas, Tere, Dulce y yo, solíamos quedarnos en la escuela a almorzar. Tardábamos unos 30 minutos en comer y luego teníamos 90 minutos para jugar.


Un día en particular, Dulce y yo le preguntamos a Madre Juliana si necesitaba ayuda en el aula. No recuerdo qué nos pidió que hiciéramos, pero sí recuerdo haber encontrado el examen que tendríamos al día siguiente encima de su escritorio. Dulce y yo nos miramos y no lo pensamos dos veces. Corrimos a nuestros escritorios, agarramos papel y lápiz y nos apresuramos a copiar las respuestas. Esta prueba eran preguntas y respuestas escritas. Esa noche, memorizamos todas las respuestas. Al día siguiente, cuando M. Juliana entregó las pruebas, Dulce y yo nos miramos y sonreímos. Ibamos a pasar la prueba con sobresaliente. 


Normalmente, M. Juliana recogía las pruebas, las calificaba durante la noche y nos las devolvía al día siguiente. No esta vez. Decidió que nos calificaríamos las pruebas mutuamente. Dulce y yo nos miramos. Sabíamos que algo andaba mal, especialmente cuando M. Juliana decidió calificar mi prueba.


Toda la clase reprobó la prueba excepto Dulce y yo. M. Juliana nos miró y dijo frente a toda la clase: “Parece que Dulce y Cristina son las únicas que estudiaron para esta prueba”. Queríamos que el suelo se abriera y nos tragara. Estábamos profundamente avergonzados, pero confesamos.


Nunca le pregunté a M. Juliana cómo lo sabía, pero supongo que probablemente regresó al salón de clases y vio a Dulce y a mí en su escritorio copiando las respuestas. Podría habernos sorprendido con las manos en la masa, pero fue muy sabia y supo que la lección sería más impactante si nos confrontaba frente a toda la clase.


Salí de España al terminar el quinto grado pero nunca olvidé a M. Juliana. La volví a ver en 2014. Era la superiora de todos los colegios de las concepcionistas en España. Mi esposo, el muy simpático, le recordó mi fechoría de cuarto grado. Ella la había olvidado por completo, y ambas, junto con Dulce que también estaba presente, nos reímos mucho.


En 2012, la fundadora de la orden de las madres concepcionistas, Madre Carmen Salles, fue canonizada por el Papa Benedicto XVI. M. Juliana asistió a la canonización. Cuando la vi en 2014, me dio un rosario, un libro y algunas medallas que había traído. No tengo ninguna duda de que M. Juliana está ahora en el cielo con Santa Carmen Salles. Su vida aquí en la tierra terminó, pero su vida celestial apenas comienza.


M. Juliana tenía puesta sus esperanzas en que cada una de sus alumnas nos convirtiésemos en las mujeres que Dios nos creó para ser, y siempre nos empujó a alcanzar las estrellas. Ella ayudó a fortalecer y edificar mi fe. Y jamás volví a hacer trampa en un examen.


Que en paz descanses, Madre Juliana, y espero que nos volvamos a encontrar en el cielo.


Copyright © 2022 Christy Romero. Todos los derechos reservados.

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